Caridad.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Este es el mayor y el primer mandamiento, y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. — San Mateo. 22:38
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Este es el mayor y el primer mandamiento, y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. — San Mateo. 22:38
Según el amor que tenemos al prójimo, sabemos si amamos a Dios. Estos dos amores nunca se separan el uno del otro. A medida que avanzamos en uno, avanzamos en el otro. Esta regla es cierta. Examina tu amor por Dios; si es perfecto, también lo será el de tu prójimo. Pero no seáis de los que dicen que harán mucho por el prójimo y nunca se ponen manos a la obra. — Santa Teresa
Tertuliano relata de los primeros cristianos que se amaban tan perfectamente unos a otros, que los paganos estaban admirados, y decía: “Considerad cómo los cristianos se aman unos a otros, cómo se respetan unos a otros, con qué atención se prestan un servicio unos a otros, incluso a morir el uno por el otro”.
San Juan Evangelista, según San Jerónimo, en su vejez, no pudiendo ya caminar, era llevado en brazos de los discípulos a las asambleas de los cristianos, y por la debilidad de su voz no podía pronunciar largos discursos. Se contentó con decir: “Hijitos míos, amaos unos a otros”. Algunos, cansados tal vez al oír las mismas palabras, murmuraron diciendo: “¿Por qué siempre nos das este consejo?” Él dio esta respuesta, tan digna de él: “Es el precepto del Salvador; si lo observas, es suficiente”.
Santa Juana Francisca, deseando que todas las acciones de sus hijas procedieran de un espíritu de caridad, había escrito en las paredes de los pasillos por los que pasaban con más frecuencia las cualidades que San Pablo da a esta sublime virtud: “La caridad es paciente, es amable; la caridad no tiene envidia; no actúa perversamente; no está envanecido; no es ambicioso; no busca lo suyo; no es provocado a ira; no piensa mal.” Si ocurría que alguna de sus hijas espirituales fallaba en la caridad, la mandaba a leer esta frase, a la que llamaba el espejo del monasterio. Ella misma lo leía a menudo en presencia de ellos y luego, volviéndose hacia ellos con el rostro ardiendo de amor, decía: “Si hablara con lengua de ángel y no tuviera caridad, nada soy; Si entregaré mi cuerpo para que lo quemen, y no tengo caridad, de nada me sirve”.
San Juan Evangelista, según San Jerónimo, en su vejez, no pudiendo ya caminar, era llevado en brazos de los discípulos a las asambleas de los cristianos, y por la debilidad de su voz no podía pronunciar largos discursos. Se contentó con decir: “Hijitos míos, amaos unos a otros”. Algunos, cansados tal vez al oír las mismas palabras, murmuraron diciendo: “¿Por qué siempre nos das este consejo?” Él dio esta respuesta, tan digna de él: “Es el precepto del Salvador; si lo observas, es suficiente”.
Santa Juana Francisca, deseando que todas las acciones de sus hijas procedieran de un espíritu de caridad, había escrito en las paredes de los pasillos por los que pasaban con más frecuencia las cualidades que San Pablo da a esta sublime virtud: “La caridad es paciente, es amable; la caridad no tiene envidia; no actúa perversamente; no está envanecido; no es ambicioso; no busca lo suyo; no es provocado a ira; no piensa mal.” Si ocurría que alguna de sus hijas espirituales fallaba en la caridad, la mandaba a leer esta frase, a la que llamaba el espejo del monasterio. Ella misma lo leía a menudo en presencia de ellos y luego, volviéndose hacia ellos con el rostro ardiendo de amor, decía: “Si hablara con lengua de ángel y no tuviera caridad, nada soy; Si entregaré mi cuerpo para que lo quemen, y no tengo caridad, de nada me sirve”.
Oración
Señor, amaré a mi prójimo por ti, porque de ti viene; él te pertenece. Siempre te veré en él, oraré por él, haré por él todo el bien que pueda por amor a Ti.