Virgen Madre, la aurora de Jesús

   


Señor director de Norte: 

La primera profecía sobre la Virgen María la hizo el mismo Dios en el Paraíso: “una mujer quebrantará tu cabeza” le dijo a la serpiente. Después de cometido el pecado de Adán y Eva y posterior castigo de Dios, esas palabras nos manifiestan su bondad, y cuánta bondad con nosotros; castiga y a la vez perdona, en el mismo instante que nos condena a la muerte nos profetiza un Mesías libertador y una mujer que pisoteará al demonio. El demonio siempre estará a los pies de María, es la seguridad que tenemos que ni a Ella ni a sus hijos podrá nunca dañar. También podemos considerar la profecía de Isaías. En otra parte anuncia su virginidad “he aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel”. Son las dos coronas de la Virgen: su maternidad divina junta con su virginidad.

También el Cantar de los Cantares encierra profecías sobre la Madre del cielo: “Como azucena entre espinas, así es mi amada entre las muchachas” (Cant 2,2)”¡Qué hermosa eres amada mía, qué hermosa eres! Tus ojos son palomas a través de tu velo” (Cant. 4,1) María vivía en una pequeña aldea en Nazaret. Todo lo que de Ella se sabía era que en su sencillez y modestia se escondía un nacimiento ilustre. Efectivamente por su padre Joaquin pertenecía a la estirpe real de David y por Ana, su madre, a la familia sacerdotal de Aarón.

Ana y Joaquin vivían en el fondo de un valle solitario, en la tristeza por la esterilidad de Ana a pesar de las súplicas. Sin embargo Dios admirando su paciencia ya los había escogido para la ejecución del más admirable de sus designios. Cuando los esposos habían perdido toda esperanza, Dios les dio una hija que debía ser siempre gloria suya y honor de su nación.

Desde la eternidad, Dios había colocado a esta criatura bendita, sobre toda criatura, sobre los reyes y reinas que a través de los siglos representarían su poder; sobre los santos en quienes resplandecerían con más brillo sus perfecciones infinitas; sobre los nueve coros angélicos que rodean su trono.

Al crearla, obró en Ella un milagro y aunque descendiente de una raza manchada en su principio, la preservó del pecado original; todo el torrente devastador que arrastra todo hombre que viene a este mundo, se detuvo en el momento de su concepción y por primera vez desde el naufragio del género humano, los ángeles vieron en la tierra una criatura inmaculada ante la cual exclamaron: ¿quién es esa mujer, bella como la luna, radiante como el sol”?

María fue aceptada con gran gozo por Joaquin y Ana y pronto comprobaron que la celestial niña no se asemejaba a ninguna otra en la tierra. Tan grandes dones recibió de Dios que muy pronto la razón dirigía sus actos; sus padres maravillados decidieron consagrar su infancia al servicio particular del templo.

A los tres años María entró gozosa al templo, feliz de encerrarse en la casa de Dios a quien únicamente amaba su corazón. A la hora de los sacrificios imploraba a Dios que aceptase la sangre expiatoria por la salvación del pueblo y enviase por fin al Mesías prometido a sus padres. Nada más anhelaba ella verle con sus ojos y venerar a la mujer bendita que debía darlo a luz al tiempo que se juzgaba indigna de tal privilegio; así un día inspirada por el Espíritu de Dios abre sus labios, expresión de su corazón y pronuncia su voto de virginidad al Señor, solemne promesa de no tener otro esposo más que Él.

María deja el templo en su adolescencia y ya muertos sus padres y a pesar de su voto, consintió tomar por esposo a su pariente más cercano para conservar el patrimonio de sus antepasados. El esposo de la joven virgen se llamaba José, de la estirpe de David como María, descendía directamente de los reyes de Judá por la rama salomónica. Hombre justo y temeroso de Dios, pobre y anónimo como María, en Nazaret cumplía el oficio de carpintero. Conociendo el voto que había hecho su esposa se constituyó custodio de su virginidad.

Esta unión angelical era la que esperaba el Señor para cumplir su proyecto de hacer de María la madre de Dios.

El nacimiento de María colmó de alegría a Dios y a los ángeles; cómo no llenarnos también nosotros de gran gozo si la Santísima Virgen es de nuestra misma naturaleza y somos nosotros los que más hemos de participar en los beneficios de su nacimiento.

La natividad de la Virgen pone fin a la triste noche de siglos en que estaba oscurecida la humanidad.

Con María aparece la luz en medio de las aquellas tinieblas de muerte; con María viene la luz del sol divino a alumbrar toda la tierra. Con María los demonios huyen, los ángeles cantan, las virtudes florecen y todo el mundo se ilumina y se alegra.

Este nacimiento nos recuerda que María debe ir siempre antes de Jesús; Dios no quiere establecer su reino en este mundo sin que antes tenga su trono en él María, por tanto María es siempre la aurora de Jesús. Si amamos con cariño filial a María, estaremos amando a Jesús. Si hacemos todo por María y con María seremos llenos de luz, que Jesús quiere dar a nuestra alma. 

30/12/2022
Clara María González.
Cartas al Diario Norte - Ciudad de Resistencia Argentina