El 27 de noviembre de 1969, tres días antes de la entrada en vigor del “novus ordo missae”, el Padre Roger-Thomas Calmel (1914-1975), dominico, manifestó su rechazo en estos términos:
“Yo me atengo a la Misa tradicional — declaró el P. Thomas Calmel — aquella que fue codificada, pero no fabricada por San Pío V en el siglo XVI, de acuerdo con un uso plurisecular. Rechazo, por lo tanto, el Ordo Missae de Paulo VI.
¿Por qué? Porque, en realidad, no existe este Ordo Missae. Lo que existe es una revolución litúrgica universal y permanente, permitida o deseada por el Papa actual, y que reviste, por el momento, la máscara del Ordo Missae del 3 de abril de 1969. Es derecho de todo sacerdote negarse a usar la máscara de esta revolución litúrgica. Y estimo que es mi deber como sacerdote negarme a celebrar la misa en un rito equívoco.
Si aceptamos este nuevo rito, que promueve la confusión entre la misa católica y la cena protestante -como afirman los dos cardenales (Bacci y Ottaviani), y como lo demuestran sólidos análisis teológicos- entonces pasaremos sin demora de una misa intercambiable (como lo reconoce, por lo demás, un pastor protestante) a una misa completamente herética y, por lo tanto, nula. Iniciada por el Papa, y luego por él abandonada a las Iglesias nacionales, la reforma revolucionaria de la misa conducirá al infierno. ¿Cómo aceptar el hacerse cómplice?
Me preguntaréis: manteniendo la Misa de siempre de cara y contra todo, ¿has pensado en aquello a lo que te expones? Claro. Me expongo, por así decirlo, a perseverar en el camino de la fidelidad a mi sacerdocio, y por eso a rendir al Sumo Sacerdote, que es nuestro Juez Supremo, el humilde testimonio de mi ministerio sacerdotal. Me expongo también a tranquilizar a los fieles extraviados, tentados de escepticismo o de desesperación. Todo sacerdote, de hecho, que permanezca fiel al rito de la Misa codificado por San Pío V, el gran Papa dominico de la Contrarreforma, permite a los fieles participar en el Santo Sacrificio sin ningún posible equívoco; de comunicarse, sin el riesgo de ser engañados, con el Verbo de Dios encarnado e inmolado, vuelto realmente presente bajo las sagradas Especies. Por el contrario, el sacerdote que se conforma al nuevo rito, compuesto por varias piezas de Paulo VI, colabora de su parte para instaurar gradualmente una misa fraudulenta donde la Presencia de Cristo no será más auténtica, sino que se transformará en un memorial vacío; por lo mismo, el Sacrificio de la Cruz no será más que una comida religiosa donde se comerá un poco de pan y se beberá un poco de vino. Nada más: como los protestantes. La negativa a colaborar con la instauración revolucionaria de una misa equívoca orientada a la destrucción de la Misa, ¿qué desgracias temporales, qué daños podrá traer? El Señor lo sabe: por lo tanto, basta con su gracia. En verdad, la gracia del Corazón de Jesús, derivada hasta nosotros por el santo Sacrificio y por los sacramentos, basta siempre. Es por ello que el Señor nos dice con tanta tranquilidad: “el que pierda su vida en este mundo por mi causa, la salvará para la vida eterna.”.
Reconozco sin dudar la autoridad del Santo Padre. Afirmo, sin embargo, que todos los Papas, en el ejercicio de su autoridad, pueden cometer abusos de autoridad. Sostengo que el papa Paulo VI cometió un abuso de autoridad de una gravedad excepcional, al construir un nuevo rito de la misa según una definición de la misa que ha dejado de ser católica. "La Misa -escribió en su Ordo Missae- es la reunión del pueblo de Dios, presidida por un sacerdote, para celebrar el memorial del Señor". Esta definición insidiosa omite a priori lo que hace la Misa católica, siempre y para siempre irreductible a la cena protestante. Y esto porque para la Misa católica no se trata de cualquier memorial; el memorial es de tal naturaleza que contiene realmente el sacrificio de la Cruz, porque el Cuerpo y la Sangre de Cristo están verdaderamente presentes en virtud de la doble consagración. Ahora bien: mientras esto aparece tan claro en el rito codificado por San Pío V de modo de no poder inducir a error, en aquel fabricado por Paulo VI permanece fluctuante y equívoco. Parejamente, en la Misa católica el sacerdote no ejerce una presidencia cualunque: marcada por un carácter divino que lo introduce en la eternidad, él es el ministro de Cristo, que hace la Misa a través de él; muy otra cosa es asimilar al sacerdote a un pastor cualquiera, delegado por los fieles para mantener el buen orden en sus asambleas. Ahora bien: mientras esto es ciertamente evidente en el rito de la Misa prescrita por San Pío V, se halla en cambio disimulado e incluso eliminado en el nuevo rito.
La simple honestidad entonces, pero infinitamente más el honor sacerdotal, me exigen no tener el descaro de traficar la Misa católica, recibida en el día de mi ordenación. Y como de lo que se trata es de ser leal, y sobre todo en una materia de una gravedad divina, no hay autoridad en el mundo, ni siquiera la autoridad pontificia, que pueda detenerme. Por otra parte, la primera prueba de fidelidad y de amor que el sacerdote tiene que dar a Dios y a los hombres es la de custodiar intacto el depósito infinitamente precioso que le fue confiado cuando el Obispo le impuso las manos. Es, sobre todo, sobre esta prueba de lealtad y amor que seré juzgado por el Juez Supremo. Confío que la Virgen María, Madre del Sumo Sacerdote, me obtenga la gracia de permanecer fiel hasta la muerte a la Misa católica, verdadera y sin inequívoco. Tuus ego sum, salvum me fac (soy todo tuyo, sálvame).”
P. Thomas Calmel O. P.