Meditaciones sobre la Fiesta de todos los Santos - San Alfonso María de Ligorio

   


Son tres los propósitos principales que la Iglesia tiene en mente al celebrar la Solemnidad de Todos los Santos. Primero que nada quiere que honremos a sus hijos que ya están triunfando en el cielo y especialmente a aquellos que no tuvieron fiesta propia durante todo el año, para que nuestros homenajes nos beneficien. En segundo lugar, quiere que tengamos ilusión por hacer el bien, por la esperanza del cielo. Finalmente, nuestra buena Madre quiere aumentar nuestra confianza, haciéndonos comprender que estos bienaventurados Hermanos nuestros se esfuerzan por obtener para nosotros los favores divinos. ¡Qué fines tan nobles y consoladores!

“Vidi turbam magnam, quam dinumerare nemo poterat, ex omnibus gentibus, et tribubus et populis et linguis”
“Vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” 
(Apocalipsis 7, 9).

Consideremos los nobles fines que la Iglesia tiene en mente, haciéndonos celebrar hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Ante todo quiere que honremos a sus Hijos, que ya están en posesión del cielo en compañía del divino Esposo, y especialmente a aquellos que a lo largo del año no tuvieron una celebración propia. Al mismo tiempo quiere que demos gracias a Dios en nombre de los santos.

Deseando que estos homenajes sean beneficiosos para nosotros, la Iglesia quiere que nos ayuden a elevar el ánimo al cielo y nos alienten a practicar las virtudes a través de la contemplación de los bienes eternos que nos esperan allí arriba, si perseveramos. — Tanto más cuanto que entre los millones de santos que hoy veneramos, hay muchos de nuestra edad y condición, y quizás, como nosotros, grandes pecadores. Parece que la Iglesia nos dice hoy con San Agustín: “¿No podéis hacer lo que ellos pudieron?” ¿Tu non poteris quod isti et istae?

Finalmente, con esta solemnidad, la Iglesia quiere aumentar nuestra confianza, recordándonos el dogma de la comunión de los santos, y enseñándonos que todos estos bienaventurados hermanos quieren comprometer en nuestro beneficio todo el poder que disfrutan con el Rey de la gloria. . — ¡Oh, qué verdad tan reconfortante! Los Santos en el cielo, allí en medio de su triunfo, no olvidan nuestras miserias y nos ofrecen su ayuda. En palabras de San Bernardo, como los santos no tienen nada más que pedir para sí, porque son completamente felices, tienen un vivo deseo de interceder por nosotros, y si no nos volvemos indignos por nuestras faltas, todo lo obtienen de Dios para nosotros. ¡Qué verdad tan reconfortante! ¡Qué final sublime por parte de la Iglesia con la institución de la fiesta de Todos los Santos!

Entrando en las sublimes vistas de nuestra Madre, la santa Iglesia, elevemos hoy nuestro corazón al cielo, donde reina un Dios omnipotente, todos deseosos de beatificar las almas, sus amadas hijas. Contemplemos cómo estos benditos disfrutan allí de tales delicias, que el lenguaje humano no puede expresar. Alegrémonos con ellos, demos gracias a Dios en su nombre, y animémonos a pensar que también para nosotros, un día terminarán los miedos, las enfermedades, las persecuciones, todas las cruces; además, si somos salvos, todo esto será motivo de gozo y gloria en el cielo para nosotros.

Animados, pues, por el deseo que tienen los santos de ayudarnos, arrojémonos en espíritu a sus pies y expongamos con confianza nuestras necesidades. No olvidemos tampoco orarles por los pobres pecadores y por la liberación de las almas del purgatorio, para que mañana, día de su conmemoración, puedan ir en gran número a disfrutar de los Santos en el cielo.

¡Oh Santos de Dios, oh bienaventurados Espíritus angelicales, que estáis asombrados ante el esplendor de la gloria divina! Yo, vuestro humilde servidor, os saludo desde este valle de lágrimas, os venero con amor y doy gracias al Señor por haberos elevado a tan alta bienaventuranza. Pero vosotros, desde vuestros exaltados tronos, dignaos volver hacia mí vuestros piadosos ojos. Mira los peligros que corro de perderme eternamente. Por amor de Dios, que es tu gran recompensa, alcánzame la gracia de seguir fielmente tus huellas, de imitar valientemente tus ejemplos, de copiar en mí tus virtudes; para que, como admirador que soy, algún día pueda llegar a ser vuestro compañero en la gloria inmortal.

“Dios omnipotente y eterno, que me concedes la gracia de venerar en una sola fiesta los méritos de todos tus santos, concédeme también que, multiplicando mis intercesores, pueda obtener la plenitud de tus misericordias”. 


Fuente: Meditaciones: Para todos los días y fiestas del año. Volumen III – San Alfonso María de Ligorio