La Iglesia conducida a la muerte por la Roma apóstata y modernista

      


Declaraciones de Mons. Lefebvre en Écône:

¿Qué es lo que pasa en Roma? En efecto, ésta es la pregunta que al correr de los años los fieles y un cierto número de sacerdotes se ven insensiblemente forzados a hacerse.

Hasta ahora, en cierta medida, se constataba que había malos e incluso muy malos obispos, pero no se quería encarar la idea de criticar a Roma, a la Curia romana y, sobre todo, ¡no había que tocar al Papa!

Ahora, a fuerza de esperar en vano la indicación de un cambio en el Vaticano, al comprobar la ausencia de la menor renovación, uno llega a preguntarse: ¿No estará Roma de acuerdo con esta especie de disolución de la Iglesia que se manifiesta de todos los lados?

Si se estudian los acontecimientos que ocurren en Roma, si se tiene algunos contactos con personas un poco familiarizadas con la Curia, con los asuntos romanos, uno se ve embargado de angustia.

El Sínodo, desgraciadamente, no ha hecho sino confirmar nuestros recelos respecto a los errores del  Vaticano II, continuando con la libertad religiosa, el ecumenismo, el laicismo de los Estados. Mantener "la nueva eclesiología", es extremadamente grave. ¿Puede verdaderamente haber una nueva eclesiología? ¿Se puede definir a la Iglesia de una manera diferente a la de siempre? La Iglesia fue instituida por Nuestro Señor Jesucristo. Él lo dio todos sus poderes, su Sacrificio, su Cuerpo mismo, su Sangre, su Alma, su divinidad. Es el depósito sagrado que Nuestro Señor confió a la Iglesia.

He aquí que, de golpe, ¡habría una nueva definición de la Iglesia!

Monseñor de Castro Mayer y yo, hemos escrito una carta con fecha del 31 de agosto[1], por lo tanto antes del Sínodo, para decirle al Santo Padre que mucho esperábamos que hubiera algún cambio durante esta asamblea. De lo contrario, nos veríamos obligados a sacar las consecuencias de su apoyo a la difusión de los errores del Vaticano II.

Con fecha del 14 de Noviembre, recibimos de parte del cardenal Ratzinger, un acuse de recibo de esta carta, como también de los "dubia" que le habíamos remitido por medio del abbé Du Chalard.

Luego, al regreso de mi viaje, después de Epifanía, fui llamado a Roma por el cardenal Gagnon, No fui yo que pedí ser recibido, pero estaba contento de verlo. Me entrego la respuesta a la carta que Monseñor de Castro Mayer y yo habíamos escrito.

Esta carta está firmada por el cardenal Ratzinger y se presenta evidentemente como la respuesta del Santo Padre.

Habitualmente para las comunicaciones y las relaciones con Roma, me dirigía al cardenal Ratzinger. Le pregunté al cardenal Gagnon por qué era él quien me entregaba esta correspondencia. Me respondió: "Ahora el Santo Padre desea que me asocie al cardenal Ratzinger en las relaciones que nos unen y que son los enlaces entre él mismo y la Fraternidad sacerdotal San Pío X, porque el cardenal Ratzinger está sobrecargado. De esta manera podré quizás colaborar de un modo más eficaz y estar a su lado para tratar de encontrar finalmente una solución a este problema".

La "solución a este problema" ... Es evidente que se trata de la alusión que yo hice y que el cardenal Ratzinger recoge, en nombre del Santo Padre, en la respuesta que me fue remitida.

El triunfo de las ideas masónicas

Me veo obligado a constatar que no hemos hecho mucho progreso en el entendimiento recíproco. Nada se mueve en el Vaticano. Siempre están con las mismas ideas, que son muy simplemente ideas masónicas. La libertad religiosa, la declaración de los derechos del hombre, la laicización de los Estados, no son sino ideas masónicas.

Yendo a Roma, se tiene cada vez más la impresión que el Papa ya no gobierna. Los cardenales más o menos coloreados de tradicionalismo se ven dejados de lado y todo el resto termina por estar al servicio de la francmasonería.

A veces, algunos nos acusan de hacer compromisos. No veo cuáles son los actos, los escritos, los discursos por los cuales habríamos aceptado compromisos. Creo sinceramente que la situación en la que me encuentro frente a Roma es la misma que aquélla en la que me encontraba en la época del Concilio.

En el intervalo fui condenado -"suspendido"- precisamente por que siempre me mantuve con las mismas disposiciones. No creí tener que cambiar ante las monstruosidades que se dijeron en el Concilio o ante los textos que son su producto, como la libertad religiosa y "Gaudium et Spes". No era posible no oponerse a ellos. Por otra parte, gracias a Dios, no estaba solo. Éramos doscientos cincuenta en compartir la misma reprobación.

Trabajamos de todas las maneras para tratar de transformar esos textos, de hacerlos aceptables. Pero inútilmente, todo estaba hecho y arreglado por adelantado. Para hacer aceptar la libertad religiosa, como recientemente lo recordé, el Papa hizo agregar algunas frasecitas que ahora nos las hacen resaltar para decirnos: "Pero la libertad religiosa de ningún modo es lo que usted piensa". Esas pequeñas frases fueron agregadas en el texto en el último minuto porque el Papa Pablo VI no quería que hubiera doscientos cincuenta obispos que rechazaran la declaración sobre libertad religiosa. Entonces, diciendo que había que buscar la Verdad y que la Verdad se encontraba en la Iglesia católica, la mayoría de los obispos tradicionales se dejaron persuadir de firmar y el número de los que eran contrarios se redujo a unos sesenta.

Porque Monseñor de Castro Mayer y yo mismo nos opusimos a esta libertad religiosa y porque denunciamos todas las consecuencias abominables que de ella derivan, particularmente este ecumenismo que es en verdad absolutamente contrario a la doctrina de la Iglesia, somos perseguidos.

La pertinacia en el error

Comprobamos que la situación evoluciona gravándose por el hecho de la pertinencia con que Roma confirma los errores del Vaticano II. La pertinacia en el error, es evidentemente gravísimo.

Me pareció, hasta este momento, que había que esperar para pronunciarse de una manera más categórica a fin de anunciar un juicio más seguro. Cuando se trata de juzgar al Papa mismo -y desgraciadamente nos vemos muy obligados a ello- no es asunto de orgullo.

La libertad religiosa, la nueva eclesiología de la Iglesia definida por el Vaticano II, las declaraciones del Papa sobre "Iglesia comunión", sobre la libertad religiosa, el ecumenismo, los nuevos concordatos con los Estados, la laicización de los Estados, ésos son hechos.

No podemos nada contra los hechos.

¿Sí o no es esto conforme a la doctrina tradicional de la Iglesia?

Allí está toda la cuestión. No es de orden sentimental o personal de Monseñor Lefebvre y de Monseñor de Castro Mayer, es una cuestión de verdad. ¿La Iglesia verdaderamente ha enseñado la libertad religiosa?

En el esquema sobre la tolerancia religiosa, el cardenal Ottaviani recordó perfectamente que no había de hecho libertad religiosa. Eso no existe. Existe la libertad de la religión católica porque ella es la Verdad.

No tenemos elección. Nos es prohibido creer en otro que no sea Nuestro Señor Jesucristo para ser salvados. Moralmente no hay libertad religiosa: "Quien no crea será condenado".

Psicológicamente, desde luego, hay por cierto libertad de difundir o de adherirse a errores. Así es para todas las leyes. Cuando una ley prescribe hacer tal o cual cosa, como la prohibición de practicar el aborto, la libertad de aborto no existe. Salvo en caso de guerra no hay libertad de homicidio, sino que, pese a ello, hay individuos que lo hacen.

Hay la libertad física, psicológica, ontológica si se puede decir, de pecar, de hacer el mal y de ir contra la ley. Es exactamente la misma cosa con la religión.

No hay libertad religiosa. Es una invención de la francmasonería, adoptada por los novadores y los que quieren precisamente rebelarse contra Dios, que no quieren obedecer a la ley del Evangelio, a la ley divina. Ellos dicen entonces: el hombre es libre de elegir su religión. No es exactamente eso lo que expresa el decreto "Dignitatis Humanae". No se tiene el derecho de ejercer una cierta coacción al hombre en la elección de su religión. Es como si se dijera que no se tiene el derecho de disuadir a las personas que quieren abortar. Hay que dejarlas libres: libertad de aborto Pero esto no es conforme a la ley de Dios. Cuando hay una ley y sobre todo cuando se trata de una ley divina, prescrita por Nuestro Señor Jesucristo, como la de la evangelización, todas las autoridades subalternas, autoridades de la Iglesia, autoridades del Estado, del Estado católico evidentemente, autoridad de la familia cristiana, deben someterse a esta ley y colaborar a su aplicación, en la medida en que ellas puedan, en la medida de la prudencia. Siempre está la medida de la prudencia.

La Iglesia sometida a los enemigos de Dios

Entonces, ¿cómo la Iglesia pudo romper esta verdad que parece como evidente, la verdad que la Tradición siempre defendió, para de repente adoptar errores que nos vienen de quienes son los enemigos de la Iglesia y los enemigos de Dios?

Si los hombres son libres moralmente, no se lo dice. No se hace distinción. Es el secreto de estos modernistas y de estos hombres que quieren pactar con el error: se mantienen en la vaguedad. La libertad religiosa: no se hace distinción entre libertad moral y libertad psicológica; actos públicos y actos privados, actos privados externos y actos privados internos. Para hablar de libertad religiosa habría que establecer todas estas diferencias. ¿Quiénes son los que pueden intervenir en la religión para los actos privados internos, para los actos privados externos, para los actos públicos? Todo ello debería ser distinguido. No, no hay ninguna distinción: nada de coacción. Pero, ya la ley misma es una coacción, porque si hay una ley, hay necesariamente una obligación de aplicarla bajo pena de castigo. Si la ley no está sostenida por el poder judicial contra el que la viola, no se aplica la ley, ya no es una ley, no vale nada. Si en las leyes de tránsito, el que toma la autopista de contramano no es castigado, ¿dónde está la ley? ¿Qué significa eso? ¿Cuál es la reglamentación? Es ridículo. Por lo tanto, hay coacción moral al menos, y no es pequeña la coacción moral de la ley de la religión cristiana: el infierno. ¡Casi nada!

Hay, por lo tanto, una coacción moral que se ejerce. Hay también una coacción física que puede intervenir, aunque más no sea para proteger la fe de los creyentes, que tienen la fe católica. La Iglesia, el Estado católico, la familia tienen el deber de proteger la fe católica de los suyos. Es su deber impedir por todo los medios justamente esta difusión del error, en las escuelas, en los diarios, en la radio, en la televisión y en todos los medios de comunicación social que apartan a la gente de la Verdad. Es el deber de los Estados de proteger a los hombres en la Verdad.

La laicización de los Estados preconizada por la Santa Sede es absolutamente contraria al derecho natural, al derecho de Dios. El Estado es una creatura de Dios y debe estar sometido a las leyes divinas. No tiene el derecho a eludir las leyes divinas. El estado no es una creación hecha fuera de Dios. Todo esto, es el abecé de la doctrina de la Iglesia.

Si se toma el librito hecho por Solesmes: "La paz interna de las Naciones", allí se encuentra cerca de cien documentos que se repiten, que repiten siempre la misma doctrina de la Iglesia. Esto jamás ha cambiado. Pero de repente, en 1960, la Iglesia cambia: nueva Eclesiología, nueva actitud de la Iglesia ante la libertad religiosa, los Estados, la religión de los Estados, el ecumenismo. Entonces, precisamente, en esta época desgraciadamente providencial en una cierta medida confieso que rezo todos los días a Dios para que nos muestre en qué situación nos encontramos en realidad, porque en tanto que nos mantengamos en una especie de incertidumbre, es muy difícil obrar con eficacia. Lo vemos: el Papa es muy hábil. De cuando en cuando hace algo muy tradicional, cuando por ejemplo se encierra en un confesionario en San Pedro, para escuchar confesiones. Entonces, dicen: "Vean cómo es tradicional. Está en contra de la confesión colectiva". Todos los tradicionalistas de buena voluntad, de buenas intensiones, piensan: "Tenemos el mismo Dios".

¿Qué es todo esto? ¡Son duchas escocesas! [Ducha alternativamente caliente y fría] Lo verdadero. Lo falso. Lo tradicional. Lo moderno... No hay nada que destruya mejor a la Iglesia, que destruya mejor la fe católica.

El ecumenismo es también una consecuencia de esta libertad religiosa.

Se leyó en los diarios, bajo grandes títulos, que el Papa convoca todas las religiones a Asís. Este anuncio fue hecho por Juan Pablo II en San Pablo extramuros y nos ha trastornado. ¡El Papa, jefe de la Iglesia Católica, convoca un congreso de religiones! Pero, ¿hay religiones? Yo no conozco más que una religión: una verdadera y falsas religiones. En mi opinión, se trata de un acto diabólico.

Todos irán a rezar juntos por la paz. Pero, ¿a qué dios van a invocar en este templo de Asís, de San Francisco, quien mereció ser gratificado con los estigmas quien estuvo unido a Nuestro Señor Jesucristo como raramente lo estuvieron los santos, quien verdaderamente se identificó con Nuestro Señor Jesucristo? ¿Es posible que en un templo franciscano se adore a otro Dios que no sea nuestro Señor Jesucristo? No se rezará al verdadero Dios, puesto que los judíos no quieren a Nuestro Señor Jesucristo, los musulmanes no quieren a Nuestro Señor, los budistas tampoco y muchos protestantes no creen en la divinidad de Nuestro Señor. "Et Deus erat Verbum et Verbum caro factum est". Dios se hizo carne y vino a nosotros para salvarnos. Uno no tiene el derecho de dirigirse a otro dios. ¡Es una increíble impiedad!

Un solo denominador común: el Gran Arquitecto

Pienso que el único denominador común que ellos pueden encontrar es el Gran Arquitecto, el Gran Arquitecto masónico.

Asistimos con esto a cosas sorprendentes que jamás hubiéramos podido imaginar y que fueron condenadas por los Papas. Ya en 1893 hubo en Chicago un Congreso de las religiones, donde se reunieron todas las religiones en lo que sus representantes, llamaron "el Parlamento de las religiones". No se discutió allí de dogmas, ni de verdades dogmáticas, eso no les interesaba, sino solamente de moral, del bien que se debe hacer a la humanidad, de toda clase de cosas humanas, filantrópicas. El Papa condenó el americanismo que estaba penetrado con falsas ideas de una religión sin dogma, puramente humanitaria, puramente activa, moral, pero no dogmática.

Y en 1900, en ocasión de la Exposición Universal, hubo en París una tentativa de parte de los obispos para unirse al Congreso de las religiones. El Papa León XIII lo prohibió formalmente. Que los católicos, dijo, se reúnan si quieren, que inviten a testigos protestantes a sus discusiones, pero que no mezclen las falsas religiones con la única verdadera religión, la Verdad con el error. Hubo también otras tentativas, particularmente en Bruselas, pero entre protestantes.

¿Por qué haber elegido Asís? Porque, dice el documento romano, San Francisco es el ejemplo de la caridad, del amor al prójimo, y también a la naturaleza. Se olvidan simplemente los estigmas recibidos por San Francisco que lo unían de un modo admirable  a Nuestro Señor Jesucristo. De ello no se habla, eso incomoda al ecumenismo. Es abominable, también para San Francisco. Pues también es en el mismo lugar donde los peores progresistas italianos se reunían para realizar sus congresos, redactar sus resoluciones, avanzar en el progresismo y en el modernismo. ¡Qué tristeza para San Francisco y las familias estaba en Asís para recibir al jefe del partido comunista italiano! Los diarios lo publicaron con grandes fotos, donde se ve al provincial en habito franciscano brindando con su copa a la salud del jefe del partido comunista italiano, con todos sus monjes alrededor de él.

La misma cosa se repitió con el Abad de Monte Cassino, unos diez días más tarde. ¡Esto no les valió ni condenación por Roma, ni suspensión!

Estamos, creo yo, en una situación muy grave. Ruego a Dios que nos ilumine. Que la Iglesia vuelva a la Tradición, con pequeños pasos porque es difícil hacerlo en una sola etapa. Pero que se vuelva manifiesto que se está en camino de volver hacia la normalidad en la Iglesia, a la tradición, al Magisterio de siempre.

Es evidente que no. El Sínodo ha dado luz verde y esto irá muy rápido.

Ciertos pasajes de la carta que el Cardenal Ratzinger me escribió me han dejado estupefacto.

¿Cómo se puede en efecto llegar a decir a propósito de la libertad religiosa, que el Concilio "escruta la Sagrada Tradición y la Santa Doctrina de la Iglesia de donde saca lo nuevo en constante acuerdo con lo antiguo".

¿Cómo es posible?

"...la declaración -agrega el cardenal- no hace más que desarrollar una doctrina en la continuidad según reglas ya enunciadas por San Vicente de Lérins, en un texto clásico, en el mismo orden, en el mismo dogma, en el mismo sentido y en la misma doctrina".

¿Cómo se puede sostener que esta doctrina de la libertad religiosa es una doctrina antigua, a la que no hace sino desarrollar?

A propósito del ecumenismo, citando la encíclica "Mortalium animos" de Pío XI, el cardenal afirma que el decreto "Unitatis redintegratio" [2] se incribe en la misma línea cuando escribe por ejemplo que solo por la Iglesia Católica de Cristo, que es el medio general de salvación, se puede obtener toda la plenitud de los medios de salvación.

Es espantoso. ¿Cómo se puede decir de la Iglesia de la Iglesia que es "medio general de Salvación" y que por ella "se puede obtener la plenitud de los medios de salvación"?

Y el cardenal prosigue: "... a fin de constituir en la tierra un solo cuerpo de Cristo al que es necesario que sean incorporados los que de una cierta manera pertenecen al pueblo de Dios".

Este pancristianismo no ofrece límites a la definición de la Iglesia. Esta nueva concepción de salvación es horrible.

En cuanto a los textos del Vaticano II tomados en su conjunto, "son -escribe el cardenal- textos magisteriales y [que] gozan de la más grande autoridad doctrinal".

Se quiere ahora dogmatizar lo que se quiso que fuera pastoral En el Concilio, yo propuse hacer dos textos: un texto dogmático y un texto pastoral, para que fuese claro, para que los profesores de seminario supieran a qué atenerse, que hubiese un texto querido por el Concilio y un texto pastoral. Este último sería una predicación, unos consejos sin valor doctrinal preciso, y sobre todo, sin ningún dogma infalible.

Esta proposición había sido apoyada por el Cardenal Ruffini y por quién después fue el cardenal Roy, de Québec, muerto recientemente. El cardenal Ruffini, apoyado por varios padres conciliares, pidió que se redactasen dos textos. Pero esta proposición fue rechazada con violencia, con vehemencia: no, no se trata de un concilio dogmático. Queremos realizar un concilio pastoral. Se le comprendió muy bien, es pastoral, por consiguiente, no es un concilio como los otros. Puesto que no se quiso definir una doctrina, se hizo una gran predicación al mundo. Una predicación vale lo que vale. No es nada. ¡Y ahora estos textos "gozan de la más grande autoridad doctrinal"!

¿Qué Papa es éste?

Entonces ¿qué Papa es éste? ¿Qué hay que decir de esto? En todo caso, no está inspirado por el Espíritu Santo para su Congreso de Asís, está inspirado por el diablo y está al servicio de la masonería. Es evidente. La masonería siempre soñó con esto: la reunión de todas las religiosas Pues el Papa va a superar incluso al Consejo ecuménico de las iglesias, porque quiere reunir en Asís, no solamente a los protestantes, sino a todas las religiones del mundo. Es todavía mucho más lejos que esta reunión sea seguido por la constitución de una especie de comité interreligioso permanente.

Pero ¿en qué situación está la Iglesia?

Hay un excelente libro que acaba de editarse bajo el título "Iota Unum". A mi entender, es la obra más perfecta hecha después del Concilio, sobre sus consecuencias y sobre todo lo que actualmente sucede en la Iglesia, la crisis de la Iglesia. Aborda todos los temas verdaderamente con una perfección notable. Estoy pasmado al ver con qué serenidad, sin polémica, pero con qué argumentos el autor establece su demostración. No veo cómo las actitudes actuales de Roma y de después del Concilio puedan todavía subsistir después de la publicación de tal obra.

El profesor Romero Amerio, utilizando textos de "L'Osservatore Romano", ¡sus propios textos!, con una precisión indiscutible, va condenando radicalmente, definitivamente, a los responsables. Todo eso es absolutamente magnífico. Deseo que este libro pueda ser traducido a diversas lenguas. Se podría realizar un curso con esta obra sobre todo el concilio y el postconcilio... ¡Y no quedaría gran cosa! Los Papas están bien descritos, sin irrespetuosidad, el autor muestra sus hechos. Pero se condenan los textos que publicaron o promulgaron, los actos que realizaron. Y para él, su epílogo es la disolución de la religión católica. No quedaría nada. Pero dice: puesto que la Iglesia no debe perecer, será necesario que quede un pequeñísimo grupo (no habla de Écône y no escribe una sola palabra sobre la Fraternidad).

Nuestro Señor Jesucristo nos dio la seguridad de que la Iglesia no perecerá jamás. Será necesario que haya el testimonio de un pequeño grupo que guardará la Fe y la Tradición.

Entonces, ¿qué hacer?

Hay que ser fieles.

La familia que somos y que ha sido querida por la Iglesia, querida por la Providencia, necesita más que nunca estar unida, ser fuerte. Los asaltos del demonio se manifiestan hoy de una manera evidente contra la Iglesia y contra la fidelidad a la Tradición. Somos todos conscientes de la situación en la que se encuentra la Iglesia. Yo diré que la Iglesia tradicional fue puesta en la tumba por los modernistas, porque ellos no quieren más esta Iglesia tradicional. Incluso el cardenal Ratzinger, en su informe en el Sínodo, dijo que no es cuestión de volver al pasado. El pasado de la Iglesia se terminó.

Pues bien no, el pasado de la Iglesia no puede terminarse. Si el pasado de la Iglesia se terminó, el presente y el futuro también. Porque la Iglesia es una Tradición. No es otra cosa sino una Tradición; como, lo decía tan bien el Papa Pío X, el verdadero católico es tradicionalista. No se puede ser verdaderamente católico si no se es tradicionalista, porque de generación en generación, la Iglesia ha transmitido la Tradición de Nuestro Señor Jesucristo, todo lo que hizo Nuestro Señor, sus enseñanzas, sus instituciones, su Iglesia, su Sacerdocio. No se puede romper con una Tradición semejante, sin abandonar su Fe.

De una manera increíble, misteriosa y que no podemos comprender, nos vemos llevados a preguntarnos cómo pueden los que ocupan la Iglesia tratar, libremente, de arrastrarla en su modernismo, en sus errores, expulsando en cierto modo a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre de la propia Iglesia. Porque hemos podido comprobar que durante este último Sínodo, las resoluciones que fueron tomadas son las de continuar la destrucción de la Iglesia, continuar con estos graves errores que son absolutamente contrarios a la Fe católica la libertad religiosa que nos viene de los Derechos del hombre y el ecumenismo, esta especie de igualdad de todas las religiones, que nos vienen ambos de las logias masónicas.

Frente a este espectáculo, del que por cierto no somos la causa, sino testigo afligidos, qué hacer, sino resistir a los asaltos del demonio. Tanto mejor lo haremos si permanecemos unidos y ponemos fin a las discordias que puedan existir en el seno de nuestras propias familias católicas.

Más que nunca necesitamos esta unión alrededor de la Cruz de Jesús, con la Santísima Virgen María, profesando nuestra fe en el reinado universal de Nuestro Señor Jesucristo: Jesus Christus heri, hodie et in saecula. Jesucristo ayer, hoy y en todos los siglos.

Mons. Marcel Lefebvre. Fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
1° y 2° de Febrero de 1986



Notas:
[1] 31-8-1985. Publicada en Roma n° 93. pp. 3-4
[2] Vaticano II: 21-11-1964

Fuente: Declaración obtenida de la Revista Roma N° 94.