Juramento antimodernista

     


El Juramento antimodernista fue un Juramento requerido por la Iglesia Católica a todo el clero, pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos y profesores de filosofía y teología en seminarios. Fue establecida el 1 de septiembre de 1910 por el Papa Pío X en su Motu proprio Sacrorum antistitum, con objeto de neutralizar la herejía modernista. Su obligatoriedad fue suprimida el 17 de julio de 1967 por la Congregación para la Doctrina de la Fe con la aprobación del Papa Pablo VI (1).

Antecedentes
El Papa Pío X (1835-1914), canonizado el 3 de septiembre de 1954, había definido previamente el modernismo como una herejía en su encíclica Pascendi Dominici gregis y en el decreto Lamentabili sane exitu, ambas de 1907, donde desenmascara, define y condena esta herejía que se había infiltrado en todos los estratos de la Iglesia (alto y bajo clero). Hacia 1910 el movimiento modernista se hallaba en retroceso, aunque la excesiva preocupación del pontífice por ciertas actividades clandestinas motivó finalmente el establecimiento de esta exigencia. Alemania fue el único país donde se produjeron grandes protestas por la medida, invocando para ello la libertad científica; los profesores universitarios fueron dispensados allí de prestar el juramento, a petición de los obispos. En aquel tiempo, en toda la Iglesia católica únicamente rehusaron prestar este juramento cuarenta sacerdotes. (2)

El Juramento
Yo (Nombre) abrazo y acepto firmemente todas y cada una de las definiciones que han sido expuestas y declaradas por la infalible autoridad docente de la Iglesia, especialmente aquellas verdades principales que se oponen directamente a los errores de hoy. Y ante todo, profeso que Dios, origen y fin de todas las cosas puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón desde el mundo creado, es decir, desde las obras visibles de creación, como causa a partir de sus efectos, y que, por tanto, también puede demostrarse su existencia.

En segundo lugar, acepto y reconozco las pruebas externas de la revelación, es decir, los actos divinos, y especialmente los milagros y las profecías, como los signos más seguros del origen divino de la religión cristiana y sostengo que estas mismas pruebas se adaptan bien a la comprensión de todas las épocas, y todos los hombres, incluso de este tiempo.

En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida personalmente por Cristo, real e histórico, cuando vivió entre nosotros, y creo que esta Iglesia fue edificada sobre Pedro, el príncipe del mundo apostólico, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.

En cuarto lugar, sostengo sinceramente que la doctrina de la fe nos fue transmitida por los apostoles, a través de los Padres ortodoxos exactamente en el mismo sentido y siempre con la misma explicación. Por lo tanto, rechazo totalmente la tergiversación herética de que los dogmas evolucionan y cambian de un significado a otro, diferente del que la Iglesia tenía anteriormente.

Condeno todo error que consista en sustituir el depósito divino dado a la esposa de Cristo para que ella la guarde cuidadosamente, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, ha sido gradualmente desarrollada por la humanidad, y que seguirá desarrollandose en el futuro indefinidamente.

En quinto lugar, sostengo con toda certeza y confieso sinceramente que la fe no es un sentimiento religioso ciego que surge de las profundidades del subconsciente, bajo el impulso del corazón y el movimiento de la voluntad educada moralmente, sino que un asentimiento genuino de la inteligencia a la verdad recibida al escuchar de una fuente externa, asentimiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios supremamente veraz, creemos que es verdadero todo lo que ha sido revelado y atestiguado por un Dios personal, nuestro creador y nuestro Señor. Además, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.

Rechazo también el error de quienes dicen que la fe sostenida por la Iglesia pueda contradecir la historia, y que los dogmas católicos, en el sentido en que ahora se entienden, son irreconciliables con una visión más realista de los orígenes de la religión cristiana.

También condeno y rechazo la opinión de aquellos que dicen que un cristiano bien educado asume una doble personalidad, la de creyente y al mismo tiempo la de historiador, como si fuera lícito para una historiador sostener cosas que contradigan la fe del creyente, o establecer premisas las cuales, que siempre que no haya una negación directa de los dogmas, llevarían a la conclusión de que los dogmas son o bien falsos, o bien dudosos.

Rechazo igualmente aquel método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, apartándose de la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe, y las normas de la Sede Apostólica, abrazan las tergiversaciones de los racionalistas y adopta sin moderación la crítica textual como la norma única y suprema.

Además rechazo la opinión de quienes sostienen que un profesor que da una conferencia o escribe acerca de un tema histórico-teológico debe primero dejar de lado cualquier opinión preconcebida acerca del origen sobrenatural de la tradición católica o acerca de la promesa divina de ayudar para preservar para siempre toda la verdad revelada; y de que deberían interpretar los escritos de cada uno de los Padres únicamente según  principios científicos, excluyendo toda autoridad sagrada, y con la misma libertad de juicio que es común en la investigación de todos los documentos históricos ordinarios.

Finalmente, declaro que estoy completamente en contra del error de los modernistas que sostienen que no hay nada divino en la tradición sagrada; o, lo que es mucho peor, decir que la hay, pero en un sentido panteísta, con el resultado de que no quedaría nada más que este simple hecho—uno que debe ser puesto a la par de los hechos ordinarios de la historia, el hecho a saber, que un grupo de hombres por su propio trabajo, habilidad y talento han continuado a través de las edades posteriores una escuela iniciada por Cristo y sus apóstoles.

Por tanto, sostengo firmemente la fe de los Padres y la sostendré hasta mi ultimo aliento de mi vida, sobre el carisma cierto de la verdad, que verdaderamente está, estuvo y
 siempre estará en la sucesión del episcopado desde los Apóstoles; no para que se mantenga lo que mejor y más adecuado pueda parecer a la cultura de cada época, sino para que nunca se pueda creer de otra manera, nunca se pueda entender de otra manera la verdad absoluta e inmutable predicada desde el principio por los Apóstoles.

Prometo que guardaré todos estos artículos fiel, íntegra y sinceramente, y que los guardaré inviolables, sin desviarme de ellos en modo alguno en la enseñanza o en ninguna otra forma de palabra o por escrito. Así lo prometo, esto lo juro, así me ayude Dios...


Referencias:

1. AAS 59 (1967) 1058; DOCUMENTO 6; FÓRMULA QUE SE DEBE EMPLEAR PARA LA PROFESIÓN DE FE [...] EN LUGAR DE LA FÓRMULA TRIDENTINA Y DEL JURAMENTO ANTIMODERNISTA desde 17 de julio de 1967:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19670717_formula-professio-fidei_en.html 

2. Aubert, Roger (1977). «El modernismo». Nueva historia de la Iglesia. Tomo V: La Iglesia en el mundo moderno (1848 al Vaticano II). Madrid: Ediciones Cristiandad. p. 200. ISBN 84-7057-223-7. 

3. El juramento fue publicado en: Acta Apostolicæ Sedis, vol. II (1910), n. 17, págs. 669-672